En el ánimo de recuperar mi existencia anterior, nuevamente
comencé a reducir el horario del sueño para dedicarle unos minutos más a mis
dilectas lecturas.
Ciertamente, la posición de mi cuarto no ayuda a tal
cometido. La proximidad a la terraza invita a la distracción ante un grandioso
panorama con todos sus contrastes.
El olor de pan recién horneado, el canto de los pajarillos, el
reiterado vozarrón de los voceadores anunciando la salidas de los colectivos y
minibuses a diversas localidades rurales de departamento y el permanente
murmullo de la gente pasajera que se afana por llegar a tiempo a su destino, le
ponen las primeras pinceladas a la madrugada.
La vista tampoco ayuda al objetivo inicial. La distracción
que provoca el imponente Illimani con incontables lucecitas a sus pies como si
toda la ciudad le estuviera rindiendo un homenaje, impide dedicarse a otra cosa
que no sea la mirada estupefacta. Mi padre decía que las cosas bellas tienen su
final, por ello recomendaba disfrutarlas con intensidad.
Con seguridad, la nota estruendosa la ponen las bandas de
música y orquestas que en su trabajo musical de trasnoche provocan la salida de
parroquianos que por su estado etílico son fácil presa de aquellos “amigos de lo ajeno”.
Es común escuchar gritos de mujeres desesperadas ante el
robo de su sobrero mientras el ágil ladrón corre por la avenida Bautista hasta
perderse por la Calatayud.
Tampoco es raro encontrarse, una de esas noches, con las
calles bloqueadas por grandes amplificaciones y sendos grupos orquestales
animando la fiesta de los prestes del Gran Poder.
Debo reconocer que vivir en mi zona tiene sus ventajas.
La envidiable vista, en el carnaval paceño, de los “ch`utas choleros y sus palomitas blancas
cero kilómetros” en su imponente paso hacia la cancha El Tejar.
El encontrarse a unos metros de los deliciosos helados de
canela, a una cuadra de la fruta fresca que llega del norte paceño, o
definitivamente, el estar a corta distancia de unos mauris, ispis o truchas
en la calle de los pescados.
Así es mi zona denominada “Cementerio”, centro de confluencia entre lo urbano y lo rural.
Hoy, a tantos años, el retorno parece más dulce.
Mientras me levanto nuevamente temprano, admiro el amanecer
y escucho el sonido de mi zona, por primera vez comprendo el sentido de la “sobrevivencia” y la oportunidad que me
da la vida para volver a sentir… volver a vivir…
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